> Canal de Cine Federico Casado Reina: Una admiración ceremonial

Una admiración ceremonial

Un Dios Salvaje

No me importa reconocerlo: soy un blandengue. Cuando veo algo que artísticamente me emociona, me toca, me convierto en gelatina. O en flan, lo que prefieras. Los trazos de Monet, las cadencias de Mozart, las evoluciones de Beethoven, o las curvas de Rodin, todo ello consigue que sienta una admiración casi ceremonial, un respeto tan íntimo y profundo, que se me saltan las lágrimas. En el séptimo arte, desgraciadamente, no suelo sentir este sentimiento, salvo en pocas ocasiones. Normalmente el mensaje audiovisual se ha prostituido hasta tal punto, que es muy difícil reconocer elementos artísticos más allá de la diversión (mono) temática. Hace poco pude contemplar extasiado la maestría de Von Trier en "Melancolía" y ahora me encuentro otra de esas pequeñas joyas que suelen pasar desapercibidas por la cartelera. Claro que tratándose de Polanski, debería haberme supuesto el calado de la película, que en principio no era más que una modesta adaptación de una obra teatral de Yasmina Reza del mismo nombre. Y no es más que cuatro personas metidas en un apartamento, discutiendo de un suceso que, fortuitamente, les ha unido: el hijo de una de las dos parejas le ha partido literalmente la cara al hijo de la otra con un palo, fracturándole dos dientes. Ese pretexto es suficiente para que el texto de Reza destape la Caja de Pandora de una sociedad hipócrita y políticamente correcta, un mundo donde todo el mundo ha de ser solidario, ha de tener empatía, ha de ser amable... La elección del cuarteto protagonista también debería haberme hecho sospechar que iba a ser un verdadero "tour de force" entre cuatro titanes de la actuación, a cuál mejor. Claro que en mi caso, tenía la experiencia previa de Eric Rohmer y su "anti-cine" (o lo que es lo mismo, poner la cámara sobre un trípode y dejar que los actores se muevan por delante y hablen hasta que harten al mismísimo Cristo...); pero Polanski es capaz de convertir un espacio cerrado en un sorprendente microcosmos, un caldo de cultivo fascinante donde las personalidades van evolucionando en una suerte de un "Gran Hermano", pero sin edredones, debates, cuernos, calentones y concursos telefónicos. Simplemente, mirar. Como en un microscopio, levantando capa por capa todas y cada uno de los condicionantes morales que suelen imponerse en la sociedad "civilizada" (tranquilo, que también hay tiempo de darle un repasito al tercer mundo, y a la falsaria actitud que los países ricos tienen con ellos...). Y no cabe duda que no es necesaria ninguna escatología más que asomarse de verdad al alma humana para ver con toda la crudeza el auténtico semblante del ser humano: egoísta, hedonista, despreocupado e irracional. Impulso por impulso. Resulta deslumbrante comprobar la agilidad narrativa que Polanski aún conserva intacta para hipnotizar con el desgarrador texto teatral, creando una cinta realmente incómoda de ver y en la que en mayor o menor medida, todos nos veremos reflejados. Si además todo esto es capaz de realizarlo de modo que no mires el reloj ni en un solo momento de toda la proyección, entonces es para observarlo todo como si fuera un raro ritual místico, con un respeto ceremonial digno del mayor de los virtuosos en cualquier disciplina artística. Desde ya, un clásico imprescindible.

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