- DIRECTOR: Lone Scherfig
- GUIÓN: Nick Hornby (Libro: Lynn Barber)
- MÚSICA: Paul Englishby
- FOTOGRAFÍA: John de Borman
- REPARTO: Carey Mulligan, Peter Sarsgaard, Alfred Molina, Dominic Cooper, Rosamund Pike, Olivia Williams, Emma Thompson, Matthew Beard, Cara Seymour, Sally Hawkins, Amanda Fairbank-Hynes, Ellie Kendrick
Déjà vu (en francés ‘ya visto’) o paramnesia es la experiencia de sentir que se ha sido testigo o se ha experimentado previamente una situación nueva. Esta acepción le viene al pelo a este film por dos razones: la primera (y más obvia) es por ser prácticamente una repetición de muchísimas películas a lo largo de la historia del cine en la que una ingenua adolescente despierta súbitamente a la vida adulta y descubre todas sus luces, pero también sus sombras (ya sabes, la historia clásica del Pigmalión y demás rollos). La segunda es por la gran afinidad que la protagonista tiene por Francia y por todo lo francés. En sus propias palabras, en los años sesenta Inglaterra es un país prácticamente muerto, donde nadie hace nada, y donde no se disfruta y para la adolescente protagonista la ciudad del Sena era poco menos que la quintaesencia de la felicidad. Sentadas estas bases de que nada nuevo brilla al sol, hay que reconocer cierta pericia del cineasta austriaco Lone Scherfig a la hora de llevar a cabo este envite, sobre todo por la prodigiosa dirección de actores, que le ha valido nominaciones a porrillo para la joven Carey Mulligan, protagonista del film. La ecuación es básica y a la vez muy efectiva: escuela secundaria de señoritas en una gris y aburrida barrida Londinense de 1961. Pero el mundo empieza a abrirse para una inquieta adolescente cuando conoce a un hombre mucho mayor que ella que le brinda la oportunidad de vivir la vida que siempre soñó… al menos de momento. Lógicamente, el interés del film gravita en las relaciones emocionales de la chica con todos los que le rodean, desde unos padres opresivos y obsesionados con el futuro de la estudiante, hasta los amigos de su nuevo novio y por supuesto, el misterioso personaje que representa el desconocido en su vida, a los pocos días de aparecer de una manera más o menos fortuita y mezclando un elegante magnetismo sexual enmarcado de una cordialidad y simpatía exquisita. Sí, todo es muy bonito, y todo funciona, pero sencillamente, ya hemos visto esto en infinidad de ocasiones. Es como si montáramos 20 veces en el tren de la bruja: nos emocionaríamos, pero ya sabemos cuándo vienen los escobazos, la curva peligrosa y el esqueleto envuelto en telas, mermando notablemente nuestra capacidad de asombro. También hay que elogiar un excelente ritmo narrativo que no decae en ningún momento y que consigue mantener la atención del espectador a un buen nivel. Por eso, todo ese “glamour”, todo ese despertar de la inocencia, ya lo han cantado a los cuatro vientos desde John Ford a Bernardo Bertolucci, con todas las excelencias propias de la historia del cine. Schefrig, del que todos recordamos con ternura y complicidad aquel experimento semi-“Dogma” que fue “Italiano para principiantes” en esta ocasión ha saltado definitivamente al mercado anglosajón con un film que le ha valido el reconocimiento internacional y que seguramente le abra las puertas de la industria británica y por ende, de buena parte de la industria de Hollywood, como seguramente también le pasará a Carey Mulligan. Bienvenidos sean, por supuesto, pero la próxima vez, a ver si hacen algo más original, vamos, digo yo.
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