- DIRECTOR: Danny Boyle
- GUIÓN: Simon Beaufoy, Danny Boyle (Libro: Aron Ralston)
- MÚSICA: A.R. Rahman
- FOTOGRAFÍA: Anthony Dod Mantle, Enrique Chediak
- REPARTO: James Franco, Kate Mara, Amber Tamblyn, Clemence Poesy, Treat Williams, Kate Burton, Lizzy Caplan
Seguramente no había un mejor director que Danny Boyle para hacer esta película. Lo digo porque desde su primer film, todas sus cintas hablan en mayor o menor medida de la vida y de cómo la supervivencia termina imponiéndose a todas las contingencias que aparezcan, por difíciles que éstas sean: ya sea uno yonki en Edimburgo (“Trainspotting”), un turista americano ávido de aventuras en una paradisíaca isla de Asia (“La Isla”), un mensajero de un Londres asolado por zombies (“28 días”), un científico que tiene la misión de reactivar el sol con una bomba atómica para que la raza humana entera sobreviva (“Sunshine”), o un pordiosero de las calles de Nueva Delhi que se ve metido en un concurso televisivo (“Slumdog Millionaire”), todos ellos luchan por sobrevivir. Y por supuesto, llegamos a su mejor y más claro superviviente, Aron Ralston, un montañero que se quedó atascado en una garganta con su brazo apresado y su irrefrenable deseo de sobrevivir le permitió no solo salir adelante durante 127 casi sin agua ni comida, sino que además tuvo que amputarse parte del brazo derecho para salir de allí. Todas las filigranas visuales de Boyle están al servicio de una ágil narración, quizás demasiado frívola y heredera de la generación MTV para un tema tan brutalmente dramático. Hablando de un film como “Buried” (Enterrado), donde también se juega con la claustrofobia, Rodrigo Cortés tuvo un planteamiento mucho más sobrio, menos videoclipero para mostrar la angustia vital de alguien que se ve atrapado en un espacio físico y tiene que sobrevivir como sea. Pero siendo justos, Boyle hace gala de una capacidad superlativa a la hora de contar una historia en imágenes, convirtiéndose, junto a Winterbottom y Lars Von Trier, en uno de los cineastas más rompedores visualmente, y más originales a la hora de vertebrar una historia sólidamente, con las dosis justas de tensión y con unas poderosísimas imágenes que cautivan ya desde el arranque del film. La piedra angular del film es James Franco, un actor que por fin ha visto el momento de mostrar su enorme capacidad interpretativa en un papel hecho a su medida: un joven aventurero, ávido de nuevas sensaciones y que, literalmente “va por libre” por encima de sus muchas novias, sus padres, sus hermanos…y el planeta entero. Resulta irónico que sea ese mismo planeta que tanto le gusta explorar el que le gaste una broma de muy mal gusto, dejándolo encallado entre piedras, y lo obligue a replantearse su vida. Basada en un caso real que deslumbró al mundo entero, la historia de este montañero sirve además para que Boyle repase –otra vez- el sentido de la vida en la sociedad anglosajona contemporánea, en la que las libertades individuales están por encima absolutamente de todo, incluso de uno mismo y de sus propios sentimientos. Este planteamiento rayano en el egoísmo más salvaje –es de hecho buena parte de la filosofía vital de occidente en la actualidad, en el que impera el “sálvese quien pueda”, y con la crisis ahora más que nunca…- también se pone en tela de juicio cuando simplificamos todos los factores de la existencia de alguien, y nos quedamos (como diría Maslow) con las necesidades primarias ante la inmensidad de la naturaleza, dándonos cuenta que somos tan insignificantes que toda muestra de vanidad resulta completamente ridícula. El mensaje que el director lanza con gran habilidad y lucidez, por muy envuelto en imágenes virgueras, llega incólume al espectador, que tiene tiempo de saborearlo con toda la untuosidad de una sinfonía visual propia de los videojuegos: todos necesitamos a alguien, por chulos, autosuficientes y duros que seamos; el hombre es un ser social y más allá del riesgo, del vértigo por vivir, del goce de la superación ante la adversidad, está el amor. All you need is love, parafraseando a Lennon. Así plantea Boyle esta nueva antología de la supervivencia, que se merece todos los premios habidos y por haber, tanto por la innovación visual y el montaje (otra vez) como por el calado y profundidad de su mensaje. Y en cuanto a la polémica suscitada por la literalidad de sus imágenes en el momento crítico de la amputación, no estoy de acuerdo en que sea excesivamente cruel. Alejada de lo que podría ser el clásico docudrama de una biografía famosa, “127 horas” es una brillante y refrescante apuesta que deslumbra en todo momento.
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