> Canal de Cine Federico Casado Reina: Amistades (muy) Peligrosas

Amistades (muy) Peligrosas

Un Método Peligroso

Cronenberg es un cineasta a todas luces desconcertante. Es capaz de mostrar las mayores y más bajas pasiones con una frialdad absoluta, con el mismo rigor de una enciclopedia y diseccionando cada uno de los factores con la certeza de un experimentado cirujano. Ya en uno de sus primeros (y mejores filmes), "Inseparables" trazaba lo que luego sería su marca de fábrica; la tremenda e insólita capacidad de mostrar las emociones, la pasión, el vértigo de cualquier delirio como el que recita la tabla de multiplicar. Con la misma exactitud y con la misma frialdad. Por eso me resultaba tan sugerente ésta su última película, en la que pone a juego a los inventores del psicoanálisis, Sigmund Freud y su alumno Carl Jung dentro de una turbia historia real de encuentros, desencuentros, engaños, dominación y emociones de lo más salvajes -por supuesto, ocultas tras un perfecto y correctamente cuidado aspecto de principios del siglo XX, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial-. El duelo dialéctico entre el maestro y el alumno sirve de pretexto para meternos de cabeza en una espiral sobre la naturaleza humana, sobre el duelo permanente entre experiencia y talento, entre juventud y madurez. Pero Cronenberg, no contento con este arco dramático, traza uno aún más potente, el de la relación entre Carl Jung y su paciente Sabina Spielrein, que engloba casi todos los parámetros que pueden existir en la psicología y la psiquatría. La narración contenida, el hieratismo de sus intérpretes (todos ellos superlativos, en especial el imparable Fassbender, que llega a comerse en muchos momentos a Mortensen y a Knightley...) y la frialdad de la puesta en escena recuerda a "La Cinta Blanca" de Haneke, donde bullen casi sin poder controlarse una serie de pasiones que son ocultas con la mayor naturalidad. Aunque la herencia de la obra de teatro de Hampton no le hace precisamente un favor al ritmo del film -que en algunos momentos puede ser demasiado lento, especialmente, en el segundo acto- la capacidad visual de Cronenberg con una barroca puesta en escena arquitectónicamente perfecta y envuelta en exquisitos detalles consigue meternos en la historia desde la primera secuencia y ya prácticamente no nos suelta hasta el desenlace. La película, además, coloca temas tan peliagudos como la monogamia, el sadomasoquismo o la envidia en el punto de mira, y consigue que buceemos a través de todas las motivaciones de cada uno de los personajes, cultivados, educados y respetuosos, pero que al final terminan por ceder a la brutal llamada de sus naturalezas, y caen en picado en cada una de sus propias fantasías y pasiones. Resulta esclarecedor que Cronenberg, que tantas veces ha hecho él mismo de psicoanalista de sus propios fantasmas, a través de una errática filmografía -aunque plagada de títulos realmente memorables- ahora tome a los dos pilares de la psiquiatría moderna como protagonistas de su último film, que alejado de las claves del género, que tan bien ha manejado durante tantos años, podría estar en la lista de las mejores cintas rodadas y editadas de los últimos tiempos. Desde luego, con dos pesos pesados como Mortensen y Fassbender, las cosas son muchísimo más fáciles, pero apostaría a que Cronenberg habría sido capaz de extraer de otros actores (como ya hizo con Jeremy Irons, Jude Law, Jeff Goldblum o Christopher Walken) la esencia misma que barnizaría todos y cada uno de los matices de esos dos carismáticos personajes como Freud y Jung. Esa retorcida relación de amor-odio, de amistad-rivalidad, que es la auténtica génesis de esta fascinante historia, supone un paso adelante en la obra de este realizador, al que ya podemos considerar uno de los grandes, más allá de sus fijaciones estéticas. Si en "Una historia de Violencia", viajaba al interior de la mente humana, en "Promesas del este" a la adaptación del ser humano a un entorno hostil, en "Un método peligroso" consigue adentrarse en las farragosas aguas de la ambición, el deseo, el egoísmo y la felicidad, nada más y nada menos. Lo más sorprendente, es que lo hace con una manera absolutamente capciosa, insidiosa, como si con él no fuera la fiesta... y lo mejor es que consigue lo que busca. Por cierto, fascinante la banda sonora de Howard Shore, de las mejores de toda su carrera: delicada y contundente.

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