Café Society
Woody Allen
Varios
Vittorio Storaro
Desde hace cierto tiempo, ir a
ver una película de Woody Allen se ha convertido algo así como ir a jugar a la
ruleta: no sabe uno nunca lo que puede encontrarse. A veces, un eco de mediocridad
de la fabulosa e ingente filmografía de este autor, otras un infame reflejo de
lo que antaño pudo hacer este guionista y director, y otras veces –las menos,
para qué vamos a engañarnos…- otra genialidad que incluir en la imprescindible
obra de uno de los nombres más ilustres de la historia del cine, por derecho
propio. Una de cal y otra de arena… y ahora ha tocado la de cal.
Por cierto, que no estoy en
absoluto de acuerdo en que un genio de una determinada disciplina tenga “carta
blanca” para poder hacer lo que le de la gana: todo artista –sea de la
disciplina que sea- debe ofrecer su mejor visión al público, y saber cuándo
dejar de emitir su discurso, bien por hartazgo o bien porque no tiene nada más
que contar (y en el caso del cine tenemos casos dolorosos como los de Billy
Wilder o Alfred Hitchcock, incontestables genios que en sus últimas destrozaron
la memoria de sus mejores trabajos…). Pero el caso de Allen es decididamente
paradójico, porque contando lo mismo una y otra vez, consigue renovar su
discurso, bien porque evoluciona como artista, o bien porque se rodea de otros
guionistas que hacen avanzar su narrativa y lenguaje, renovándolo.
“Café Society”, rescata el
complejo universo de Scott Fitzgerald, adoptando la romántica desolación de los
protagonistas en el carnaval que se termina convirtiendo una comunidad de
valores tan vacíos como la fama, el dinero, el prestigio o la ambición,
superponiéndolos a las más elementales emociones humanas. Aunque la fórmula ya
fue tocada por Allen con gran ingenio en “Celebrity” (y en general, en casi
toda su filmografía…), ahora va un paso más allá, situando a nuestros dos protagonistas
–un joven recién llegado a Los Angeles en busca de trabajo y fortuna y la
secretaria de su tío, antaño aspirante a estrella de cine y conformada en una
mediocre vida…- en un verdadero carrusel existencial que les lleva a vivir en
muy poco tiempo todo tipo de encrucijadas morales y sentimentales.
Lo mejor es que todas las claves
de Allen –el Jazz, el humor, con brillantísimas y agudas reflexiones sobre la
vida y la muerte (“vive todos los días como si fueran el último…porque alguna
vez terminarás acertando”)- están perfectamente encajadas en una estructura
clásica, que además lo es argumentalmente al estar ubicada en los Hollywood y Nueva
York más gloriosos de los años 30, con una inagotable galería de personajes
relaconados con el mundo del cine -poderosos productores, ambiciosos agentes
artísticos-, gángsters, intelectuales nihilistas y hasta joyeros judíos. Es
como si Allen hubiera hecho un compendio de todo su imaginario admirado y
personal y lo hubiese plasmado en una sola historia (eso sí, aquí no aparecen
personajes famosos como en “Midnight in Paris”).
Eisemberg es el enésimo actor que
encarna al alter-ego de Allen, y tiene a favor que no está tan sobreactuado
como en sus anteriores trabajos (especialmente ridículo es su papel de Lex
Luthor en “Batman Vs. Supermán”, que le perseguirá hasta el resto de sus días,
y si lo vuelve a repetir –como todo parece indicar- en muy poco tiempo ya no
tendrá otra identificación posible…), componiendo de manera comedida al
advenedizo protagonista de la historia junto a la crepusculiana Kristen
Stewart, menos cargante de lo habitual. Allen además saca lo mejor de todos los
actores que participan en sus películas y desde la adorable Blake Lively hasta
Steve Carell o Parkery Posey, todos absolutamente todos están geniales (aunque
está extendido el rumor de que deja hacer a sus actores todo lo que quieren, y
no se mete para nada en sus interpretaciones, se está descubriendo que es
quizás el mejor método posible para destilar lo mejor de ellos…).
La esplendorosa fotografía del
gran Vittorio Storaro dota al film de una exquisita elegancia que nos hace
viajar al soñado universo de las grandes estrellas de cine Hollywood, y Allen
logra rematar un film bastante redondo, balanceado en la narración y que te
atrapa desde el principio hasta el final en esta parábola preciosa y
melancólica del amor y la ambición, quizás dos de los pilares fundamentales no
solo de esa sociedad que plantea Allen en su película, sino de cualquier
sociedad posible. Quizás me sobraba la voz en “off” que tiene un innecesario
toque explicativo.
En la ruleta de la que hablábamos
al principio, en esta ocasión nos ha salido el mejor número y el mejor color
para que nos toque un gran premio, porque “Café Society” además de ser un
producto muy entretenido y divertido, traza una emotiva reflexión como en los
mejores trabajos de Woody Allen, sin tonterías, sensiblerías ni pamplinas. De
las mejores de este director en sus últimos trabajos, junto con “Match Point”, aunque sin la
teatralidad impostada que sobraba en ese título. No hace falta.
TRAILER
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