Día de lluvia en Nueva York
Woody Allen
Vittorio Storaro
Todos los grandes artistas tienen la capacidad de hacer grandes obras, y otras obras más pequeñitas. Encajándolo en la terminología de la música clásica, no es lo mismo hacer una sinfonía que un divertimento, aunque en ambos casos pueda percibirse la esencia del artista. Bueno, pues algo así sucede con la última película de Woody Allen: no es una de sus películas importantes, pero contiene todas las claves del singular universo del director. Diálogos divertidos, música de jazz, romances, el cine dentro del cine, líos, un protagonista atribulado que no es sino el alter ego de Allen (otra vez) y por supuesto, Nueva York, la sempiterna ciudad que tantas veces ha homenajeado en su cine, esplendorosamente retratada en "Manhattan", uno de los (grandes) pilares de su cinematografía.
Y de rondón, Allen también toca algo que ha planeado en sus películas: la fama y el vértigo del azar, que es capaz de convertirte en una estrella en un segundo, para al siguiente olvidarte para siempre. Esa especie de destino caprichoso, que lo embarga todo y que, como si fuera una enorme ruleta, es imposible de predecir (no en vano su anterior -y mediocre- película se llama "Wonder Wheel", o sea "La Rueda de la Fortuna").
Pero la película, aunque pudiera resultarnos cómplices si ya conocemos la obra de Woody Allen, y nos hiciera reencontrarnos con todas esas claves, descontextualizada resulta bastante poco creíble, ya que los personajes -que son unos adolescentes- hablan como si tuvieran 60 años (o incluso 70), y tienen claves culturales, existenciales, familiares y económicas más propias de otras edades, especialmente el protagonista, Gatsby -en homenaje a la obra de Scott Fitzgerald- un rebelde estudiante de desbordante cultura, pianista y jugador de póker que va con su novia pueblerina -aunque de buena familia- a Nueva York para enseñarle la gran manzana y de camino que la periodista en ciernes entreviste a un famoso director de cine en crisis. Y por supuesto, todos los planes que estaban pensados se van al traste cuando el destino empieza a jugar con los dos personajes de las maneras más caprichosas. Como viene siendo marca de la casa, la película está arropada por un reparto impresionante, ya que olvidándonos de sus dos protagonistas -Timothée Chalamet y Elle Fanning- también tenemos oportunidad de ver a Lieb Schreiber (también desdoblado en otra cara del propio Allen), a Selena Gomez, Jude Law, Diego Luna o Rebecca Hall, entre otros.
Olvidándonos del injusto trato que se le está dando a este director por la polémica de los abusos hacia su hija -que, recuerdo, no solo han sido desestimados y dados por falsos por la justicia norteamericana, sino también por su otro hijo, que también es hermano de la acusadora...- se nota un cierto cansancio y decadencia en el director, que a sus 83 años, sigue contando la misma historia una y otra vez. Y que ya no se hace acompañar de otros guionistas para actualizar su mensaje, algo que él mismo declaró en muchas entrevistas como recomendable para todos los directores (opinión que también compartió Billy Wilder).
¿Es un verdadero Woody Allen? Por supuesto. ¿Aporta algo a su obra? No. ¿Tienen gracia sus chistes? Algunos sí, pero otros nada (y además resultan falsos, impostados, y en muchos casos, fuera de lugar). Lo cierto es que da un poco de pena ver como uno de los grandes narradores del cine contemporáneo empieza a perder su fuelle, y sus películas son cada vez más irregulares, aunque conserven parte del brillo del creador. Es una obra menor, un simple "divertimento" al modo de Allen, pero no se le puede pedir nada más.
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