El irlandés
Steven Zaillian (Libro: Charles Brandt)
Robbie Robertson
Rodrigo Prieto
El divino Martin nos ha tenido en ascuas para ver su último trabajo. Confieso que esa duración de más de tres horas así de momento me echaba para atrás -no recuerdo haber visto ninguna película en cine de esa duración desde "La Lista de Schindler"-, y que entrar otra vez en el mundo de los gángsters -por bien que lo haga Scorsese- me provocaba cierto hartazgo. Vale, que tenía la mejor alineación para jugar en Champions League (DeNiro, Pesci, Pacino, Keitel...) y que cuando está inspirado, este director es capaz de llevarnos a la excelencia absoluta. Pero también hay que recordar que de vez en cuando (sólo de vez en cuando, gracias a Dios), Martin también mete la pata hasta el fondo. Aún recuerdo la insoportable y soporífera "Silencio", realmente inaguantable. Y me temía lo peor.
Pero me equivocaba... al menos en la mayoría de esta reflexión. Es cierto que le sobra como una media hora, pero el resto...buf, es sencillamente néctar y ambrosía. Cine del de verdad. Alguien hizo una parábola entre esta película y la obra magna de Leone "Érase una vez en América" y por supuesto, la genialidad de Coppola en "El Padrino". Y los dos tenían toda la razón, porque Scorsese realiza la más cruda, dura y arriesgada visión crepuscular al mayor asesino de la historia, que no es ningún mafioso, ni ningún profesional: es el tiempo. Ese que pasa inexorable para todos -por mucho que no queramos- y que termina por darnos caza... y matarnos. Esta simple pero demoledora reflexión es la que va apareciendo poco a poco en esta maravilla de película, que como las capas de una cebolla, se va desgranando paulatinamente en el metraje.
Todo lo demás es circunstancial, ya que el personaje principal, un antiguo camionero veterano de la Segunda Guerra Mundial que empieza a trabajar con jefes mafiosos y se convierte en el hombre de confianza de Jimmy Hoffa, el presidente del sindicato de camioneros, en realidad sólo sirve para mostrar cuán cruel puede ser el paso del tiempo, empezando la elegía en un asilo en el que un anciano empieza a recordar toda su vida de éxitos y fracasos, de triunfos y traiciones, de amores y de odios. De familia, tanto la sanguínea como la espiritual.
Lo siento pero aunque De Niro está muy bien, no puedo dejar de ver en su expresión en la cinta todas esas comedias estúpidas que ha rodado en la última etapa de su vida, y me saca muchas veces del personaje, pareciéndome ridículo. Todo lo contrario de Pesci y Pacino, que bordan sus respectivos papeles: uno desde un sorprendente minimalismo (acostumbrado a las explosiones del genio de Pesci "Uno de los Nuestros" o "Casino") y el otro desde el exceso contenido (Pacino en el mejor papel que ha hecho en cine en 20 años).
Hay otra cosa que me carga especialmente, y no sólo en esta película, sino en cualquier cinta: las clases de historia. Me importa tres pepinos la mucha o poca importancia que tiene para la historia del un país un personaje u otro. Lo que me importa es que me digan qué hace y quién es. Esa mitología que tantas veces repite el cine norteamericano con su historia -que será muy importante para ellos, pero no tiene por qué serlo para el resto del mundo- me resulta irritante. Por eso me fascinaban las anteriores películas de Scorsese sobre la mafia, porque no se centraba en la grandilocuencia de la trascendencia histórica, sino en personajes reconocibles con sus motivaciones.
En cambio en esta película hay momentos en los que se pone a dar clases de historia, y resulta demasiado alargado, demasiado estirado. Y por supuesto, absolutamente prescindible de la historia, ya que lo importante no es que Kennedy muera asesinado, o que Hoffa transforme el tejido social y laboral de Estados Unidos. Eso, con todos mis respetos, me importa lo mismo que puede importarle a un granjero de Minnesota que las reformas políticas de la crisis hayan creado precariedad laboral en España. O sea, un rábano.
Pero no seré mezquino y reconoceré que Scorsese nos ha regalado con este producto atípico -y digo producto porque no es una película "al uso", con más de tres horas de duración, producida por una plataforma digital de televisión -Netflix- y estrenada de tapadillo poco antes de su estreno televisivo- al menos dos horas de su mejor cine. Una historia crepuscular, profunda y sentida en la que nos enfrentamos al más pavoroso de los asesinos, ese que es implacable y que no tiene prisa en alcanzarnos porque sabe, a ciencia cierta, que no podremos escaparnos de él, por mucho que lo intentemos. El tiempo, ese que nos desarma de todas nuestras capacidades, que nos postra y nos hace débiles, por muy fuertes que hayamos sido. Esa es la mejor reflexión de Scorsese, que con "El Irlandés", ha llegado hasta la mayor profundidad emocional de cada espectador, como un diapasón cuyo sonido te entra hasta el cerebro.
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