De no creer. La última película dirigida por el antaño brillante Rodrigo Cortés y producida nada más y
nada menos que por el mismísimo Martin Scorsese me ha resultado aburrida, ridícula, incoherente, infantil... Un completo despropósito. Sin alcanzar un tono adecuado, cambiando de registro y con actores que oscilan entre el cliché y el delirio (sin intentarlo) me parece incomprensible que un director con tan impecable filmografía haya hecho esta cinta, más propia de un ejercicio de facultad de imagen que de un realizador con entidad.
Aunque la premisa argumental es interesante, la evolución de la trama y el tono errático termina por cargarse la película, que navega en tierra de nadie: un hombre se obsesiona por entrar en la cárcel, al precio que sea. Pero resulta que no va a ser tan fácil, y tendrá que ir subiendo el nivel de sus ilegalidades para conseguir entrar en prisión, topándose además con un juez de lo más singular –e increíble, según la historia- que será un verdadero hándicap para conseguir sus extraños planes.
El problema del guión no es ya que no nos expliquen las cosas, sino que además cambie de tono, desde lo increíble a lo más radicalmente mundano: puedo llegar a entender un delirio como los que planteaban Jeunet y Caro en “Delicatessen”, pero porque TODO era un delirio. Lo que no podemos encajar es un delirio dentro de historia que parece sacada de un informativo de televisión. Y ese inexplicable personaje protagonista, lleno de extrañas claves con las que no conseguimos empatizar –básicamente, porque no las explican- es como un monigote sin alma, sin un motivo –que empezamos a vislumbrar casi al final de la película, que tampoco se justifica ni remata argumentalmente.
Ni siquiera el reparto estelar (Mario Casas, José Sacristán, Juanjo Puigcorbé...) consigue mejorar la cosa. Y el caso es que entiendo perfectamente la intención y el mensaje de la película... pero qué mal está hecho. Y si Scorsese dijo que le encantó, dice mucho de él como productor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario