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Aunque puedo llegar a comprender la intención del director en intentar retratar todo el universo de fantasías de un enfermo mental que está en una institución psiquiátrica, y se imagina números musicales con su amada, eso no da para una película, porque ese es todo su argumento: Arthur Fleck está en el famoso sanatorio de Arkham de Gotham city esperando su juicio, cuando conoce a una chica que resulta ser el amor de su vida, estando hechos el uno para el otro y compartiendo esos números musicales que están en la mente de ambos. Muy bien, todo comprendido pero ¿Y? ¿Eso es suficiente para realizar un argumento lo suficientemente sólido como para hacer avanzar la historia de los personajes? Manifiestamente no, cuando hemos comprendido esta intención –que se ve a los pocos minutos del comiendo, con unos dibujos animados sobre el Joker- ya todo es previsible. De hecho, aunque la primera hora de proyección puede tener cierto interés, a la hora de ver en esos escenarios imaginarios al Joker, poco la película se va desinflando. Es cierto que los números musicales están bien realizados y coreografiados, pero la estructura de un musical no consigue mantener el interés, quedándose en tierra de nadie: porque aunque no lo quieran reconocer, es un musical con todas las claves. Pero no respeta las reglas de los musicales y no consigue mantener una evolución dramática.
Parece que Warner no para de fastidiarla con todas las franquicias de DC cómics: ni Supermán, ni Batman, ni ahora el Joker consiguen la rentabilidad que por ejemplo Marvel ha logrado. El universo oscuro de Snyder tampoco ha demostrado ser la solución, y ahora esta vuelta de tuerca al musical ha terminado destrozar un diamante en bruto, que podría haber sido explotado muchísimo mejor, y que ha tenido que salir a la carrera de la cartelera, ha sido vilipendiada sin piedad –con razón- por la crítica y público, y que ni siquiera en las plataformas ha logrado un mínimo de interés por la audiencia.
Phoenix, de haber conseguido un Oscar por hacer a este personaje en la primera parte, ahora parece una versión descafeinada del mismo, intentando cumplir más mal que bien en un musical que sencillamente, sobraba. Esas fantasías, que tan bien estaban encajadas en la primera parte, ahora tienen más presencia pero a la vez son más insustanciales, quedando exclusivamente la estética como protagonista. Y por supuesto, el mayor error de la película es elevar a Lady Gaga, una cuestionable diva que o te encanta o la odias –y yo estoy más por la segunda opción, ella siempre ha intentado deslumbrar más por su extravagancia que por calidad artística- a la categoría de coprotagonista de la película; porque como actriz está a años luz de Phoenix.
Una verdadera decepción, porque el personaje es lo suficientemente rico –de los más importantes en la historia de los cómics- como para poder haber hecho cualquier otra apuesta para haber subido el nivel de la primera parte, o al menos, haberlo mantenido al mismo nivel.
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