El primer problema de esta segunda parte es el guión, porque David Scarpa –que también hizo el controvertido guión de “Napoleón”- ha creado un guión que no arriesga nada, copiando los clichés de la primera parte, personajes un tanto deslavazados, y una trama que flojea en varios momentos. El segundo problema –y enorme problema- es el protagonista, porque Paul Mescal no llega al nivel de un personaje que tenía que haber añadido la grandeza y épica de Máximo Meridio. Es demasiado blandito, demasiado insulso, le falta personalidad, carácter, definición. De hecho, personajes más secundarios en la trama se lo comen con patatas, como el Macrino interpretado por Denzel Washington –que huele a Oscar…- o el mismo Marco Acacio, interpretado por Pedro Pascal, que este sí que retoma el relevo de Máximo Meridio como el militar abnegado, honorable e íntegro que lucha contra él mismo por la gloria de Roma. Y el tercer y no menos importante problema es la banda sonora, porque mientras que en la primera parte la partitura de Hans Zimmer nos acompaña a la perfección en los momentos más importantes y críticos de la historia, en esta ocasión es un subrayado disperso, difuso, que no concreta la importancia con una reconocible melodía. En la primera parte había temas que indicaban situaciones, personajes… ahora simplemente hay acordes atronadores que no tienen mucho sentido y que prácticamente no tienen identidad.
La trama de que el hijo ilegítimo del general Máximo Meridio se convierta en gladiador está un poco traída por los pelos: cuando su padre muere en el circo tras pelearse y matar a su tío el emperador Cómodo, su madre Lucilla lo exilia para evitar que, siendo sucesor del imperio, pueda ser matado por sus rivales en la línea de sucesión. Convertido en un granjero en África, resulta que también –no sabemos por qué…- es un guerrero formidable que se enfrenta a los ejércitos de Roma, y como nadie sabe quién es, resulta que se convierte en esclavo y de eso, en galeote, remando en galeras y de ahí, a gladiador. Es ahí donde aparece Macrino, posiblemente el mejor personaje de la historia, que trama inscansablemente para conseguir el poder en un imperio dirigido por los hermanos Geta y Caracalla, a cuál más amoral, delirante y fanático. Un escenario que demuestra bien la decadencia de Roma, y al que se le habría podido sacar mucho más partido por cuanto las implicaciones del poder podrían haber mostrado el enfrentamiento al honor que podría haber sido el eje y norte del Imperio Romano –y que de hecho lo fue en muchos casos-.
Aparte de las burradas históricas metidas con calzador en el guión de Scarpa –como tiburones y rinocerontes en el circo romano, etc.- la presencia de efectos digitales demasiado evidentes le resta credibilidad al resultado final, al que le falta mucha épica y grandiosidad. Si bien es cierto que tiene momentos verdaderamente impresionantes, como el asedio naval a la ciudad de Numidia, este “Gladiator 2” nos deja con un sabor agridulce en la boca, con buenas pinceladas de lo que pudo haber sido… y que al final no lo ha sido.
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