- DIRECTOR: Michael Winterbottom
- GUIÓN: Michael Winterbottom, Robert D. Weinbach (Novela: Jim Thompson)
- MÚSICA: Melissa Parmenter
- FOTOGRAFÍA: Marcel Zyskind
- REPARTO: Casey Affleck, Jessica Alba, Kate Hudson, Bill Pullman, Ned Beatty, Elias Koteas, Simon Baker
Creo que a estas alturas, después de ver a Hannibal Lecter comerle literalmente los sesos a su víctima, no se va a asustar nadie por nada. Es más, en la larguísima lista de egregios psicópatas de la historia del cine (entre los que se encuentran, por supuesto, Hannibal Lecter, el psiquiatra de “El Silencio de los Corderos”, el tímido Norman Bates de “Psicosis” y Jack Torrance, el escritor desquiciado de “El Resplandor”) ahora no hay ningún problema en incluir al ayudante del sheriff Lou Ford, el hijo de un médico que se convierte en agente de la ley y que tiene bajo su pulcro aspecto a uno de los más brutales y enfermizos monstruos que jamás hayamos visto. Lo primero que quiero decir de esta adaptación cinematográfica de la extremadamente cruel novela de Jim Thompson, es que la traducción en español del título no es nada acertada, ya que “demonio” no define tan bien al protagonista como “asesino” (es decir, Killer, en inglés) que es como realmente se llama la novela y el film (o sea “The Killer inside me”). Winterbottom, un inquieto y creativo director que nos ha regalado excelentes e interesantísimas películas y no menos cuestionables y debatidos proyectos (como “In this World” o “Camino a Guantánamo”) ahora se viste de David Lynch para contar esta historia ambientada a finales de los cincuenta en una localidad petrolera de Texas, en el corazón de los Estados Unidos de América. Incluso utilizando partituras que ya utilizó Lynch en “Corazón Salvaje”, Winterbottom recrea la podredumbre y la sordidez que hay bajo la capa de normalidad y buena ciudadanía en ese personaje, que es a la vez el ejemplo perfecto de buen hijo, novio y vecino, y el más abyecto salvaje y brutal psicópata que jamás hayamos podido ver. Con más estilismo que la versión que realizó Burt Kennedy en 1976 sobre la misma novela de Thompson (y que, eso sí, contaba con una interpretación de Stacy Keach mucho mejor que la esforzada aunque parcialmente fallida de Casey Affleck) Winterbottom intenta provocar al espectador desde el minuto uno, y realmente consigue recrear una atmósfera enfermiza en la supuesta “normalidad” de la vida del protagonista, que hace equilibrios en el filo de la navaja casi como una necesidad vital: una ultraviolencia que planea sobre todo y que a la más mínima surge como el imparable caudal de una presa que se abriera de golpe, y que es incapaz de frenarse. Quizás la elección del protagonista, como he dicho antes, podría haberse cambiado, ya que no está al nivel del resto de actores, entre los que podíamos destacar a unas Jessica Alba y Kate Hudson realmente bien ubicadas en sus respectivos (y dispares) personajes, así como un plantel de secundarios brillantemente ajustado. Pero si tenemos que medir el impacto (y calidad) de un film, si consigue conmovernos y agitarnos, este lo hace. De una manera un tanto cuestionable y tramposa, utilizando los recursos más fáciles y a veces de manera gratuita, pero lo hace. Winterbottom consigue con solo dos brutales y turbadoras secuencias (bueno, podían ser tres, incluso…) dejarnos sin aliento, literalmente. La manera de orquestar el resto del film, con una parquedad en la realización y el estilismo digno de Eastwood, nos está previniendo del volcán a punto de explotar que es el protagonista y que (ay) podría haberse planteado muchísimo mejor con otro actor que transmita un poquito más. De acuerdo, el personaje requiere una cierta dosis de hieratismo, pero de eso, a ser casi una estatua de cera con rictus congelado, va un abismo. Pero si, tenemos oportunidad de asomarnos al abismo de la mente humana con esta película, que es como un brutal puñetazo en el estómago sin esperarlo, pero adornado con la normalidad de una tarde de verano sentado en el porche de una casa, tomando limonada. Aunque la procesión vaya por dentro…
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