> Canal de Cine Federico Casado Reina: A ver quién es más bestia

A ver quién es más bestia

Salvajes

Hay algo enfermizo en la filmografía de Oliver Stone. Algo que se esconde tras las imágenes, una sensación permanente de que no termina de mostrar todo lo que tiene adentro. Todo esto envuelto dentro de una falsa banalidad semejante a si envolvemos un huevo de fabergé en un celofán barato de todo a 100. Esa maravillosa complejidad es lo que siempre me ha sorprendido -y a veces decepcionado- de este realizador, que por otra parte tiene una prodigiosa manera de contar historias, con una voz propia y una narrativa absolutamente brillante, hipnótica... por mucho que Tarantino se quejara al adaptar "Asesinos Natos".

Stone ahora vuelve a ser más travieso que nunca, bebiendo precisamente del título anteriormente citado y de otro que es de mis favoritos en toda su filmografía, "Giro al infierno", una cinta no lo suficientemente ponderada y que sienta las bases del sueño americano, trastocado en pesadilla por la ambición, las drogas y el submundo soterrado que se encuentra bajo el que vivimos y al que pocos realizadores se atreven a mirar sin timidez (otro de ellos es David Lynch, aunque eso sería ya otra historia...). Stone es más macarra que Lynch. Muchísimo más, vamos. Y eso le hace todavía más accesible, más apetecible. Utiliza las claves visuales y estéticas del cine de Hollywood más comercial, y eso lo acerca al espectador. Incluso se toma libertades como utilizar una inesperada mordacidad a la hora de mirar a su propio país -como ya hizo con la monumental "JFK"- y criticarlo sin piedad alguna. Este es el Stone que me interesaba, y no el blandengue de "El Dinero nunca duerme", una visión muy descafeinada de la brutal ambición que se puso de manifiesto en la vibrante "Wall Street". Nada que ver.

Con sólo poner el televisor uno se da cuenta de la que hay formada en México, y por ende, en los USA, con los cárteles de la droga. Gobiernos paralelos de un poder megalítico, capaces de comenzar (y finalizar) las guerras más cruentas, más brutales...más salvajes. Precisamente el planteamiento de partida es una mezcla de Disney, no ya con Tarantino, sino con el gore más sangriento: dos amigos de toda la vida -un exmarine, veterano de Irak y Afganistán y duro como el pedernal, y un auténtico "nerd" (o sea, un gafapasta) surfero, licenciado en económicas y botánica- montan un negocio de producción y distribución de marihuana, a nivel internacional. Un producto inigualable, que además no solo se usa para que los niñatos se coloquen, sino que se distribuye en farmacias para paliar síntomas del cáncer, dolores, etc. Estos dos amigos, además de compartir empresa, ganancias y vida, comparten a una chica, Ofelia (o como ella quiere que la llamen "O". Pero no es la de "Historia de O", no seáis malpensados...). Pero esta utopía se ve alterada cuando un poderosísimo cártel mejicano de la droga se interesa por sus productos y quieren apropiarse de las técnicas de cultivo, de la distribución, de todo vamos. Y, como suele pasar en estos casos, o por las buenas, o por las malas. Lo que no sabían los mejicanos, es que si ellos eran bestias, los surferos (especialmente el exmarine) no se quedan atrás, y va a comenzar una espiral cada vez más... salvaje, claro.

La aguda reflexión de Stone sobre el poder, la vida, la felicidad, en definitiva, se articula a través de un discurso realmente brillante, unas imágenes muy modernas y bien encajadas -todo el proceso digital, detalles que se superponen, etc.- con la aparición de estéticas televisivas rompedoras en algunos momentos. Otro gran acierto del film ha sido la elección del reparto, empezando por Taylor Kitsch, redimido ya de los fracasos en taquilla monumentales "John Carter" y "Battleship"; ahora compone un personaje tan dulce como ambiguo, tan atormentado como feliz en la anestesia de unos Estados Unidos donde aún se puede soñar con el estado de bienestar. Pero la voz cantante -literalmente- la lleva la etérea Blake Lively, un verdadero ángel de estética new age, que en el fondo tiene muy claro su visión epicureísta de la vida: todo vale para llegar al nirvana. Por supuesto que sería muy injusto olvidarse de tres pilares que dotan a la historia de un realismo desgarrador (como hacía Nick Nolte en "Giro al infierno", devolviéndonos a la puñetera realidad cuando empezábamos a soñar con la utopía entre Jennifer Lopez y Sean Penn...) y que son el trío formado por el brutal sicario al que da vida Benicio del Toro (realmente diabólico, temible... salvaje), el descreído e hipercorrupto agente antidroga que es John Travolta (mezquino, cobarde, insidioso, egoísta... salvaje) y como broche, la gran reina del narcotráfico que es Salma Hayek (impertérrita, sádica, implacable... salvaje). A ver quién es el más bestia de todos.

Sin lugar a dudas, el más bestia de todos, el que les da veinte vueltas es Oliver Stone, que ha vivido mil y una vidas del sueño americano, desde la pesadilla del Vietnam hasta la ambición de Wall Street, pasando por la utopía política de Kennedy, los pocos escrúpulos del fútbol americano... o la grandeza del mismísimo Alejandro Magno (al fin y al cabo también construyó un imperio, como han hecho los yanquis ¿no?). Ahora mira al conflicto fronterizo de USA y México, que se prolonga desde hace años y que parece no tener fin, ahora pronunciado por una corrupción incontenible por los narcos.

Esta visión ácida, mezclada con elementos cómicos, toques de acción y suspense, solo podía venir de la mano de Stone, que se reinventa a sí mismo con este film, que en su modestia, contiene todo el mejor cine de este realizador y que consigue volver a elevarle como otro de los más interesantes cineastas del panorama internacional, aunque el desenlace del film podría haber estado mejor rematado. Pero no importa. Porque como decía Steve Jobs, "no importa que el producto sea mejor o peor. Lo que cuenta es la experiencia de usuario". Pues aquí pasa lo mismo. La película quizás no está todo lo bien rematada y pulida como habría podido estar, pero da lo mismo, porque la "experiencia del espectador" es realmente buena. En todos los sentidos.
 
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