Un amigo para Frank
Música: Francis Farewell StarliteFotografía: Matthew J. Lloyd
Reparto: Frank Langella, James Marsden, Liv Tyler, Susan Sarandon, Peter Sarsgaard, Jeremy Strong, Dario Barosso, Bonnie Bentley, James D. Compton, Ana Gasteyer, Kurt Grelak, Rachael Ma, Susan Mitchell, Dana Morgan, Joshua Ormond, Jeremy Sisto, Katherine Waterston, Jesse Newman
La ficción siempre ha sido cuestión de marcos de referencia. Es decir, se trata de contar una determinada historia, con unos determinados elementos y dentro de un marco de referencia. Por supuesto, hay historias en las que el marco de referencia determina lo que estamos contando, propiamente. De ahí que muchos espectadores se maravillen de la fidelidad a la hora de recrear el Imperio Romano, el Siglo de Oro español o la colonia de la galaxia 246. Vale, todo eso está muy bien. Pero al final, lo que tenemos que hacer es contar una historia, independiente del marco. Y las historias siempre son las mismas, y hablan de lo mismo: del amor, de la esperanza, de la bondad, de la maldad, de la fidelidad... del ser humano en definitiva.
Por eso esta película me ha gustado. Sin aspavientos, pero me ha parecido inteligente, bien resuelta. Una historia que sabe utilizar los -modestos- recursos que tiene para trazar una inteligente parábola sobre el ser humano, sobre sus miserias y sus grandezas. Sobre la esperanza y sobre la felicidad misma: en un futuro cercano, Frank es un jubilado que empieza a tener problemas de deterioro físico y vital. Es entonces cuando su hijo le regala un robot que empieza a cuidar de su salud por encima de todo. Pero el entrañable y anciano Frank en realidad fue un ladrón de gran nivel en su juventud, y cuando empieza a mejorar su memoria y razonamiento, gracias a los cuidados del robot... vuelve a las andadas implicando a su amigo cibernético en sus fechorías.
Sin llegar a ser ninguna maravilla, Langella está francamente encantador, como Susan Sarandon, una de las mujeres que mejor ha sabido envejecer del panorama cinematográfico internacional, conservando todo su encanto y su enorme capacidad interpretativa. La unión de esos talentazos origina secuencias memorables, realmente conmovedoras. La parábola que sobre el inexorable paso del tiempo realiza Jake Schreier en su primer largometraje como director resulta una de las más refrescantes propuestas del cine independiente norteamericano, que funciona a la perfección. Hemos visto miles de robots en la gran pantalla, desde el Robbie de "Planeta Prohibido" hasta los replicantes de "Blade Runner", pasando por el paranoico Hal 9000 de "2001, una odisea del Espacio", o los inolvidables alter egos de El Gordo y el Flaco, R2D2 y C3PO de "Star Wars". En muchos casos estos seres de inteligencia artificial se utilizaban como simples y vistosos reclamos para enseñar un futuro hipertecnificado. Pero los que todos recordamos son precisamente los que añaden algún elemento dramático a las historias que nos cuentan esas películas. Viendo este film, se me viene a la cabeza el injustamente olvidado "El Hombre Bicentenario", un magnífico relato de Asimov que Chris Columbus, director de "Solo en Casa" llevó a la gran pantalla con el rostro de Robin Williams. Solo que ahora el protagonista no es el robot, sino el anciano al que tiene que cuidar.
Narrada con una austera efectividad, estamos ante uno de esos modestos filmes que generan una tremenda empatía. Una de esas películas que sin ser una maravilla apabullante, son capaces de tocarnos el corazoncito, y hacernos reflexionar durante una hora y media sobre lo que nos espera -a todos, absolutamente a todos...- en el futuro, y cómo seremos capaces de encajarlo.
Ganó el premio del público en la pasada edición del Festival de Sitges, y tiene justificado el éxito que está cosechando en la pantalla, debido básicamente al guión de Christopher D. Ford -llegado de la televisión y el cortometraje, y afrontando igualmente su primer largometraje- y a la excelente dirección de actores. Una cinta amable, divertida y nada pedante, que demuestra que en los Estados Unidos también hay talento para hacer películas de bajo presupuesto, pero de gran talento.
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