Dunkerque
Christopher Nolan
Hans Zimmer
Hoyte Van Hoytema
Si Christopher Nolan buscaba que el espectador saliera del cine con un ataque de nervios, mareado, con ganas de vomitar, vamos, hecho unos zorros... lo ha conseguido. Pero ha sido muy tramposo haciéndolo, ya que para ello lo único que ha tenido que hacer es componer una sinfonía de espectaculares planos de batallas aéreas y marítimas -incluida el agua- y por supuesto, una banda sonora de Hans Zimmer que es una verdadera tortura, y que no para en los 100 minutos de duración con una melodía machacona tras otra, ninoninono y un tictactictactictac que no deja de sonar. Pero ojo, ¡QUE NO DEJA DE SONAR! en toda la puñetera película. Una auténtica tortura.
Dejando al lado esta trampa audiovisual, a la que le reconozco su valía y utilidad -que la tiene- pero que no deja de ser eso, una enorme trampa para amargarle el rato al espectador -al fin y al cabo, justificado, ya que vamos a ver una película de guerra ¿no?-, la historia que nos cuenta es tan apasionante como mal construida en el guión: aunque se base en un hecho real, sinceramente echo de menos que Nolan me explique mejor el episodio de la playa de Dunkerque, ya que todo parece precipitado, y centrado exclusivamente en la experiencia de unos personajes algo deslabazados, que lo único que hacen es huir desesperadamente, con el sálvese quien pueda por delante, cagándose vivos por la situación -literalmente- y donde el valor que se le suponía al soldado brilla por su ausencia. Vale, que eso es la guerra y lo demás son zarandajas... pero hombre, por muy brutal que sea una situación el cine brinda un lenguaje donde la épica y la barbarie pueden conjugarse. Un empacho de barbarie, de humanidad descarnada, de egoísmo en la supervivencia y de una desesperada ansia por seguir viviendo, le hacen a uno pasar muy mal rato. Pero malo de verdad.
Y sobre el papel, el planteamiento me parece no solo original, sino brillante: casi como el famoso discurso de Churchill -que oímos al final en boca de uno de los protagonistas- los soldados luchan por tierra, mar y aire. En las playas y en las calles. Pero en realidad, la única lucha que hay no es por los países ni por las ideologías. Ni siquiera por la justicia: la única lucha que está presente en esta película es para seguir vivo. Y punto. Si hace falta robarle la ropa a un muerto para poder salir del fuego enemigo, palante. Si hay que esconderse en los bajos de un puerto, también. ¿Que hay que echar al frente a un despistado para salvarnos nosotros? Ya tardas, chaval. Mejor tú que yo. Vamos, que me ha recordado al personaje "Pedazo de Animal", de "La Chaqueta metálica" de Kubrick, que prefería que mataran a otro antes que a él. Pero dentro de su extrema brutalidad, tenía su código de honor, su sentido de la justicia. Aunque fuera borroso. Aquí Nolan parece pasarse todo eso por el forro, y reduce la guerra a una simple cuestión de supervivencia, donde todo vale. Pero todo, todo, ojo.
Me da un poco de pena que actores como Kenneth Branagh, Tom Hardy (que se pasa prácticamente toda la película con una máscara donde no se le ve la cara -yo creo que Nolan tiene algo personal con este hombre, ya que le hizo lo mismo cuando interpretó a Bane en "El Regreso del Caballero Oscuro"-), Mark Rylance o Cillan Murphy prácticamente tienen desdibujados a sus personajes y no se les saca partido alguno, ni progresión dramática: simplemente tiran palante como pueden. Casi no hay cambios en su actitud, no hay evolución alguna, sólo intentan sacar la cabeza por encima de las situaciones que los intentan ahogar y punto. Tomar otra bocanada de aire, sobrevivir.
Vale, Nolan rueda y monta como Dios. No se puede hace mejor. Pero ¿construir una historia coherente sobre lo que fue la batalla Dunkerque? No señor. No se lo compro. Intenta apabullar con sonidos -cosa que ya hace habitualmente en sus películas, especialmente molesto fue en "Origen", donde la melodía (que también creó Hans Zimmer!!!!) atronaba cada 20 segundos- intentando que cada fotograma de la película sea un hecho de capital importancia, como un cataclismo en el argumento. Y llega un momento que me agota. Necesito poder calmarme para que vuelvan a darme otra ración de intensidad. Si no paran, llega un momento que desconecto, y ya me da igual si muere o no el protagonista, si se estrella el avión, si se hunde el barco o si la bomba cae donde tiene (o no) que caer. Qué mal rato, por Dios, qué mal rato.
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